miércoles, 24 de diciembre de 2014

Lo que en verdad importa

Es cierto, en estas fechas celebramos el nacimiento de Jesucristo, una gran fecha para todos los católicos y no quiero dejar a un lado la importancia de este evento, pero creo que lo que mas me gusta de estas fechas son las reuniones con amigos, compañeros y familia. En ninguna época  las reuniones cobran tanto sentido como en los finales de los años. ¿Qué nos motiva a reunirnos con tanta alegría? ¿Será que al terminar un ciclo todos queremos cerrar "con broche de oro? En ninguna otra época del año las reuniones son tan cálidas y emotivas.

Reunirse con los seres queridos es sin lugar a dudas unas de las cosas mas importantes en esta vida. Compartir un momento y en ese momento compartir la vida entera. Contarnos las penas y alegrías del año que esta por terminar, compartir el alma. Hace unos días me reuní con los Carranza, mis hermanos, no de sangre pero sí del alma; crecí con ellos y compartimos mil aventuras juntos en Tepoztlán y en Manzanillo, no puedo visualizar mi infancia sin ellos. Platicar y compartir la vida fue en verdad un momento mágico, de esos que permanecen en el corazón por siempre.

En esta semana, tuve una runión de primas y sobrinas Hammeken, una reunión de mujeres, cargada de palabras de cariño, de aliento, y de conversaciones en las que con sólo unas pocas frases vacías los que traes atorado adentro. No dejo de admirar la entereza de todas ellas, mi prima Paloma con la terrible pena de haber perdido a su nieta Inés, pero con una fé inquebrantable que le da fuerzas para continuar la vida, mi prima Carla con su entereza a pesar de que la vida le puesto pruebas complicadas en su camino, y que con cada palabra inyecta optimismo, valentía y ganas. Mi prima Carmelita que la vida le rompió el espíritu, pero aún así se levanta, se maquilla y esta presente. Berenice con su mirada de cielo, Irca alegre como un amanecer, Gloria ecuánime y con una sonrisa de rocío, Monica con sus ganas de vivir, y entre ellas mi hermana Gina, una mujer a la que yo admiro profundamente por lo que hace con su vida. Mujeres que nos reunimos con nuestras  cargas de alegrías y tristezas, pero que ahí estamos dispuestas a entregarnos un cachito de nuestros corazones.

Y me esperan dos reuniones con la familia, esos compañeros de vida que me hacen sentir que vale la pena vivir. Que aunque tenga problemas, ellos estarán ahí para contenerme, que aunque derrame lágrimas, ellos estarán ahí para secarlas, y aunque la vida me haga heridas, estarán ahí para curarlas.

Eso es lo que realmente importa en esta época del año. Saber que tienes con quién reunirte, con quien compartir y a quién abrazar.


martes, 25 de noviembre de 2014

VOCES

Hace unos días tuvimos una comida familiar, nada extraordinario: mi marido, mis hijos y mi hermana. Mientras lavaba unos platos en la cocina, escuchaba sus voces, comentando, riéndose, diciendo cosas cotidianas y yo no pude más qué pensar lo agradable que era escuchar voces queridas en casa. Supongo que una de las cosas que hacen de una casa un hogar son todas aquellas voces que al escucharlas te calientan el alma y te dibujan una sonrisa en el rostro. Voces que van y vienen por el cuerpo creando una sensación de profunda seguridad.

Cuando era niña, al escuchar la voz de la cocinera Panchita sabía que estaba en casa. Una voz estridente, poco amable en ocasiones, pero a veces era el canto más dulce que podía escuchar. Hablaba mitad mixteco y mitad en un español muy suyo. Mi hermana y yo decimos que hablamos español de milagro, porque es cierto que nos pasábamos largas horas platicando con Panchita mientras ella pelaba los ajos para hacer los guisados, con esas uñas duras y descarapeladas por toda una infancia en el campo. Con esa voz tan suya nos contaba cómo habían matado a su esposo en la milpa, y cómo le había picado no se qué bicho cuando era niña y que por falta de atención la pierna se le reventó y ahora tenía una leve cojera. Nos contaba con su voz cascada por los años su difícil infancia en Oaxaca. Y era su voz la que me mantenía en la cocina por horas enteras, y era su voz la que me decía que mi hogar era ese y que no debía estar en ningún otro lado. "Ves a trai el periódico", "recoge eso que resbala nuestro pié", "estás tecu-i (loca) o qué", "lleva la cosa caliente al comedor".

Panchita nos vio nacer y convertirnos en adolescentes odiosos. También conoció a nuestros novios y pronto la voz de Panchis también llegó al corazón de Mario mi marido, como le llegaba al corazón a todos los que iban a comer a nuestra casa. Su voz nos consoló cuando el corazón se nos partía en pedacitos, nos reprendía cuando le faltábamos el respeto a nuestros papás y nos dio consejos cuando de plano perdíamos el rumbo. Su voz muchas veces fue camino. Sólo en una ocasión Panchita se quedó sin voz y fue el día en el que mi papá murió, ahí sí el dolor le hizo tal nudo en la garganta que no dijo nada y ese día su voz no me consoló porque no había consuelo alguno. Ninguna de las dos pudimos creer que no escucharíamos más la voz de mi papá, una voz  ronca, dulce y cálida que rara vez usaba con ira, y rara vez  alzaba. Siempre fue un bálsamo para nosotros. Desde que nos levantaba cantando "Oh how I hate to get up in the morning", hasta que nos daba las buenas noches. Una voz que escuchábamos a lo lejos cuando en Tepoztlán subíamos el monte hacia la cascada, entonces el cerro hacía que su voz se repitiera varias veces y se uniera con los truenos que anunciaban lluvia. Pero siempre era una lluvia cálida y amable, así como la voz de mi papá.

Recuerdo los  sábados en la mañana, cuando regaba su jardín en Callejón de las Cruces mientras cantaba "Un bel di vedremo" de Mme. Butterfly, tan desafinado que el perro no paraba de aullar durante toda el aria. Mi papá cantaba muy mal, pero cantaba todo el día y esa voz desafinada era la que me despertaba por las mañanas y me hacía apreciar lo que era vivir....simplemente vivir.

Ahora escucho las voces de mis hijos y pienso que no hay sonido mas bello sobre la faz de la tierra. Voces que hacen hogares. Voces que construyen vidas.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Chipotles con Piloncillo

Mi mamá tuvo una infancia difícil, quedó huérfana de padre cuando aún era una bebita así es que creció con una muy joven madre soltera que no supo cómo resolver su vida de otra manera que enviando a sus dos hijos a estudiar lejos. Mi mamá, Martha se llamaba, pasó toda su infancia y buena parte de su adolescencia en San Luis, en un internado de monjas que las hacían bañarse con camisón, para que no tocaran su piel, ni vieran su cuerpo desnudo. Y como su madre no se ocupaba mucho de ella o no tenía el dinero para hacerlo, Martha pasaba sus fines de semana en ese mismo lugar, a menos que alguna amiga se compadeciera y la invitara a pasar unos días con ella. Esa fue la infancia de mi madre, me puedo imaginar que sin muchos momentos felices y por lo mismo hablaba poco de ella. El único recuerdo que le iluminaba la mirada era cuando hablaba de su abuela Doña Rosendita y de cómo cargaba con su anafre y se la llevaba con sus grupo de amigas con las que jugaba cartas. Todas ellas, se sentaba al rededor del fuego y liaban sus propios cigarros. Mi mamá no hablaba mucho, sólo escuchaba los chismes, anécdotas y ocurrencias de aquellas señoras. Así es que los únicos recuerdos lindos que tuvo Martha (Tita para quienes la queríamos) fueron al lado de su abuela Rosendita, una mujer con trenzas blancas que fumaba y jugaba cartas.

Yo no tuve la fortuna de crecer con abuelos. Mi abuela paterna, Doña Colomba,  había muerto cuando yo nací, y de mi abuela materna tengo pocos recuerdos. Sólo que era una mujer extremadamente bella, que vivió con el estigma de haberse enamorado de Juan Lerdo,  un hombre divorciado y que dejó que la vida la convirtiera en una mujer dura. Pero no fue sino hasta que tuvo ese accidente automovilístico que casi la degüella  y que la dejó coja por el resto de sus días, como se le hizo el corazón de piedra. Mi abuela fue una mujer que vivió con cicatrices por fuera y por dentro. Calela, una mujer bella con poco tiempo y paciencia para sus nietos. El recuerdo que tengo es de ella, sentada en una silla, de la biblioteca de mi casa en Mixcoac, poniéndose crema de concha nácar en la cicatriz que le cruzaba todo el cuello, casi de oreja a oreja. No recuerdo que me haya cargado, que haya jugado conmigo o que me haya platicado alguna vez. Mi mamá decía que Calela le enseñó que una mujer no masca chicle en la calle, ni se sienta con las piernas abiertas, ni dice malas palabras porque no se ve bien...¡y es cierto!, pero a mí nunca me dijo nada de eso.

Con todo esto, mi mamá fue una mujer dura también, incapaz de abrazar a sus hijos o darles besos espontáneos. Obsesiva del orden. Sus clósets eran algo único, todo estaba inventariado, las toallas debían estar con los lomos hacia afuera, las sábanas recién lavadas siempre tenían que ir hasta abajo del tambache y muchas cosas mas. Mis hermanos y yo siempre vivimos con el temor de que se enojara por algún descuido, como no poner los calcetines en el cesto de la ropa sucia y que te levantara en la madrugada a hacerlo. No me quejo, todos esos detalles acabaron por formarme para bien o para mal. Tita fue una mamá poco cariñosa, pero la abuela mas amorosa que pisara la faz de la tierra. Así es, mis hijos tuvieron una abuela maravillosa. Todavía me sorprendo cuando recuerdo el desorden que era su casa después de las visitas de los nietos, espadas tiradas por todos lados porque habían jugado a los piratas la tarde entera. Tita nunca jugó conmigo, pero con sus nietos brincaba de cama en cama con una espada de plástico en mano y gritando "¡al abordaje mis valientes!", como todo un personaje sacado de las novelas de Salgari.

Y por esto y por muchas otras cosas mas le estaré siempre agradecida.

Es cierto, Tita nos abrazaba poco, pero siempre hizo de nuestra casa un hogar, en el que también  rondaba Panchita, la cocinera de toda la vida, haciendo las recetas de familia como los chipotles con piloncillo. Uno de los recuerdos mas gratos de mi infancia son esos aromas que siempre emanaban de la cocina. Llegar de la escuela y oler a sopa de pasta, mole, entomatado...¡los frijoles refritos de Panchis!  son memorias que tengo clavadas en el alma.

Hoy replico esa receta, para regalar y para ofrecer a mis invitados y me siento feliz al hacerlo. El aroma de los chipotles en piloncillo me ayudan a recordar que estoy hecha de tradiciones, de recuerdos y recetas de familia. De aromas del plátano al freírse y de los cacahuates tostados para hacer el mole. Me recuerdan que soy Doña Rosendita, Calela y Tita y que cuando cocino soy una fusión de todas ellas, mujeres que liaban sus cigarros, con cicatrices por dentro y por fuera y que yo como ellas, hago lo que puedo de mi vida con los ingredientes que tengo a la mano.

Al día de hoy no me quejo, la receta de mi vida toma forma pero siento que todavía hay ingredientes por agregar antes de meterla al horno y que concluya por completo. Pero lo que me importa es que tengo un libro de recetas, escritas por  las mujeres de mi familia que me da sustento, historia y futuro.






martes, 21 de octubre de 2014

CONVERSACIONES

Hoy amanecí con una nostalgia especial.

Supongo que el clima no ayuda, los días han estado grises y llenos de lluvia.

La menopausia tampoco ayuda gran cosa, ni los cambios de estado de ánimo que te llevan a la bipolaridad decenas de veces en un sólo día.

Llorar al leer una noticia
Llorar cuando el perro se porta mal
Llorar cuando piensas en el pasado
Llorar cuando miras a través de la ventana
Llorar con el mundo
Llorar desde adentro
Llorar hasta que de pronto no te acuerdas por qué estabas llorando
Llorar de tristeza, de alegría y ¿por qué no?
LLORAR DE LA NADA

Pero por esos momentos de nostalgia también tengo los momentos en los que hablo con mis amigas pre menopáusicas, menopáusicas o post menopáusicas,(a estas "alturas del partido" no hay de otra) y el llorar de la nada se convierte en un cúmulo de sentimientos que ocupan el alma como el sol ocupa mi recámara. Conversaciones que me van llenando el cuerpo de un calorcito rico a pesar de que el día esté nublado.

Pláticas que construyen mi vida.

No son las palabras sino el tono de voz; y no son las ideas inteligentes las que te cambian el rumbo de la nostalgia, sino el cómo se dicen y cómo te llegan al corazón. No son las frases sino la mirada que las acompaña.

Conversaciones con amigas de toda la vida, con las que no tienes qué empezar de cero, sino sólo es cuestión de retomar la vida para comprender su historia actual.

Con  las amigas nuevas con las que la conexión es tan fuerte que entiendes el por qué la elegiste para compartir tu vida

Con amigas de trabajo que de tanto convivir y compartir opiniones acaban por adivinar tus ideas.

Con hermanas de sangre y hermanas por elección, con las que son tantos los momentos compartidos que no hay recuerdos en los que no estén ellas

Conversaciones en donde entendemos el gozo de una amiga por haber encontrado el vestido perfecto para la boda del  hijo y el profundo dolor cuando el marido le dice que para qué gasta si ya está gorda y vieja.

En las que entendemos lo que es verse al espejo y saber que la juventud se ha ido, que los senos ya no están en su lugar, la pancita es algo que no se va a ir y que mas vale que te vayas encariñando con ella.

Conversaciones como sólo las mujeres podemos tener en las que el mundo es nuestro y se crea un universo impenetrable, hermético e impermeable; en las que esa sensación inexplicable de nostalgia pegada con tristeza y gozo es un lugar común y llorar de la nada es perfectamente comprensible.

Se que este es un tema trillado, pero también se que sin estas conversaciones mi vida no sería la misma y el mundo sería un lugar árido y sin encanto alguno.












lunes, 29 de septiembre de 2014

CINCUENTA Y TANTOS

Se aproxima mi cumpleaños número 54 y me vienen a la mente varias reflexiones:

1. El horario ideal de mi cuerpo es de 7 a 9 de la mañana. ¡Exacto! cuando estoy todavía en casa con el  perro como única compañía. Como a eso de las cinco de la tarde, ya nada es lo mismo.

2. Aunque me compre un traje de baño divino, en la playa me inflamo como globo aerostático, así es que debo volver al traje negro completo y "cubridor".

3. La publicidad de Coca- Cola Life definitivamente ya no es para mi

4. La ley de gravedad es contundente

5. Debo destinar "tiempo de cremas" por las mañanas: la crema para las bolsas de los ojos, para los párpados caídos, la que tiene elastina para las arrugas de la frente y de la boca y la humectante con protección solar.

6. Acomodar la lonja  para que parezca un pliegue mas del sweater, no es nada fácil y lleva su tiempo.

7. No importa que compre el "super body" con soportes especiales, la lonja siempre encuentra la manera de asomarse...¡por algún lado!

8. Es hora comprar ropa interior "utilitaria", es decir,  brassieres que tienen tres broches atrás, soporte lateral, copa completa y si tienen "push up" todavía mejor...

9. Dormir "como caballo de picador" (como diría un amigo de mi marido) es en efecto, lo más cómodo: pants viejitos, sudadera desgastada, etc, etc.

10. Cada vez es mas largo el trayecto de mi cama al baño, sobre todo por las mañanas en las que las rodillas me dicen "¡no tan rápido!, necesitamos tiempo para ponernos en movimiento".

11. Y con terror me doy cuenta de que aún las frases trilladas de Paulo Coelho me arrancan lagrimitas de vez en cuando.

Pero por todos estos inconvenientes, tener cincuenta y tantos no es tan malo después de todo:

1. Lo vivido me ha hecho un ser humano rico en experiencias, algunas que me gusta compartir, otras que me guardo porque son aprendizajes íntimos. Esto no me hace una mujer sabia, sólo me da respuestas importantes que me ayudan a continuar con esta "montaña rusa" que es la vida.

2. Soy un cúmulo de vivencias y aunque me cueste trabajo aceptarlo, lo hecho, hecho está. Y lo dicho, dicho está.

3. Debo encontrar razones por las cuales sentirme satisfecha, que las tengo y muchas.

4. Debo contar mis bendiciones para poder mirar al futuro y no poner en riesgo lo que he logrado hasta ahora dentro y fuera de mi.

5. La vida puede acabarse en un momento y que el aquí y ahora lo es todo.

6. No lo se todo y no soy un ser terminado en su totalidad. No hay nada mas odioso que una mujer que piensa que "ya está mas allá del bien y del mal" y se dedica a dar consejos a diestra y siniestra.

7. La vida siempre encuentra la manera de ubicar las cosas en donde deben estar. Las lecciones de humildad son muchas y constantes.

8. Y por último, ahora se que la vida nunca es como la planeas.

Así es que bienvenidos mis 54 con todas sus enseñanzas.

Así las cosas...así mi vida el día de hoy,


jueves, 18 de septiembre de 2014

ODILE

Hace unos días tuve una experiencia, de esas que si no te cambian la vida, te enseñan, te explican y te aclarar muchas cosas. Estuve en Cabo San Lucas justo en el paso del huracán Odile, que entró de lleno en la península y entróde lleno a mi vida. Nunca había experimentado algo así, por lo que me parece muy adecuado el tema para ser la primera entrada de este blog.

La cosa estuvo así:
Mario mi esposo, tenía que ir por trabajo a los Cabos y me invitó a ir con él. Nos fuimos el jueves 11 de Septiembre sabiendo que aunque se pronosticaba mal tiempo, nuestro paseo sería bastante placentero. Él trabajó jueves y viernes, yo disfruté del hotel, del mar y de mi soledad por esos días. El sábado 13, un compañero de trabajo nos dijo que sería prudente salir de Los Cabos porque aunque era probable que el huracán se desviara "estas cosas no tienen palabra" nos dijo. Nos fuimos al aeropuerto pero no pudimos salir. Todo estaba ta reservado y el aeropuerto estaba por cerrarse.

Nos regresamos y decididos a disfrutar de la vacación, reservamos un masaje para eso de las siete de la noche. Al salir del spa, la lluvia era tal que nos empapó a pesar de estar bajo techo y el viento nos empujaba al caminar, pero eso sí estábamos muy relajados con nuestro recién tomado masaje. Llegamos al cuarto, pasamos unas horas ahi y como a las once y media nos hablaron para pedirnos que guardáramos todo en la maleta, la pusiéramos en el baño y nos bajáramos al lobby. Lo hicimos. Al llegar ahí nos asignaron una oficina, la del contralor según nos enteramos, no que importe muhco el dato pero por alguna extraña razón todos lo mencionaban como si fuera algo importante estar ahí y unos camastros. Mario y yo estábamos solos, y salvo el sofocante calor todo iba bien, hasta que llegó una familia de La Paz, como con quince integrantes, incluyendo a la abuelita, que no dejaron de mover camastros en toda la noche porque nada mas nos les gustaba la manera como estaban dispuestos, una de las matriarcas, muy moderna ella, tenía una linterna en su celular que prendió no menos de cincuenta veces durante la noche deslumbrando a los que mas o menos habíamos podido conciliar el sueño, y si "el niño" quería ir al baño, pues ahí se paraban dos o tres mamás para acompañarlo, y si "a la niña" le dolía la panza, ahí se paraban cuatro o cinco, una para sobarle la pancita, otra para sugerir un remedio, otra para hacerla vomitar en la esquina del cuarto, otra nada mas por acompañar a las demás. Una familia muy unida la de La Paz.

Así pasamos la noche, entre ráfagas de viento de 200 km/h, el edificio que se movía como en un terremoto constante y la luz de la lámpara de nuestra compañera de infortunio.

Al día siguiente, salimos de nuestro refugio nocturno para darnos cuenta del grado de devastación. Muchos de los vidrios de las habitaciones estaban rotos, los jardines deshechos, las palmeras arrancadas de cuajo, escombros por todos lados, pero a pesar de eso, el hotel seguía en pie por ser una construcción vieja (mi marido y yo pasamos nuestra luna de miel en ese mismo lugar hace 30 años) y sólida. Gracias a la eficiencia de la gerente, a los que no pudimos regresar a nuestra habitación, se nos asignó otra. No nos quedamos sin techo, tuvimos agua y luz por unas horas al día y las tres comidas. Fue el único hotel que se mantuvo en pie y mas o menos funcional. Los dos hoteles contiguos, quedaron destruidos en su totalidad. Incluyendo al que habían inaugurado hacía apenas un mes. Fuimos muy afortunados en este sentido.

Mario y yo nos dimos cuenta de que reaccionamos bastante bien ante las contingencias. Él ya había comprado tantas botanas y chocolates que mi habitación parecía una tiendita. Teníamos agua para tomar, nos agenciamos una cubeta que había volado de quien sabe dónde,  así es que él iba por agua a la alberca para el WC. Todo perfectamente organizado. Cuando nos servían de comer, él guardaba hasta las servilletas que nos sobraban porque "estábamos en contingencia". Y así pasamos las horas, sentaditos en el lobby porque era el único lugar en donde mas o menos corría el aire, junto con la familia de La Paz por supuesto, y muchos otros turistas. Por alguna extraña razón, una señora se dedicó a rondar por el lugar, con actitud de damnificada, arrastrando los pies en todo momento y con cara de devastación, pero bueno, allá ella. La realidad es que no estábamos tan mal.

Finalmente el martes abrieron el aeropuerto y empezaron a llegar vuelos comerciales y del ejército para evacuar a la gente. Nosotros salimos el miércoles 17 de Septiembre, sin contratiempos y ahora estoy ya en casa, en mi espacio, escribiendo esto.

Sería una exageración decir que estuvimos en peligro de muerte, no estuvimos ni cerca de estarlo, pero experiencias así te hacen reflexionar sobre muchos cosas. Te marcan cosas que aunque ya la sabes, no las traes frecuentemente a tus pensamientos, como el hecho de que estoy casada con un hombre maravilloso, con el que me siento segura. Un hombre que fue capaz de decir comentarios divertidos que me hicieron reír. Educado y considerado con los demás.

Escuchar las historias de los menos afortunados me recordó lo afortunada que soy al regresar a una casa, en donde me esperaban mis hijos. ¡Qué importante! TENER UNA CASA, para pasar de noche. Muchos en Cabo San Lucas y San José hoy no tienen esa bendición.

En el camino al aeropuerto nos dimos cuenta del saqueo del que habían sido víctimas negocios grandes y pequeños. Personas con camionetas (por lo que asumo que no eran pobres) sacando pantallas, juguetes, etc. artículos que no tenían nada que ver con la contingencia.  En el vuelo de regreso nos encontramos con muchas mamás jóvenes a las que sus esposos las habían sacado de Cabo San Lucas porque temían por su integridad. ¡Qué pena que los seres humanos reaccionemos así!. En el mismo hotel, una pareja de estadounidenses, recorrían las habitaciones con una bolsa para ver qué agarraban. Vergonzoso en verdad.

Y ahora que puedo reflexionar sobre todo esto, me digo que eso es aun peor que los daños causados por Odile: la rapiña, la falta de solidaridad, el abuso. Las heridas que estas reacciones nos dejan como pueblo. Lo inhumanos que podemos ser los seres humanos.



Así las cosas con Odile. Así las cosas con mi vida hoy.