martes, 30 de junio de 2015

TETRAPACK Y EL CORAZÓN

Durante varios años fui coordinadora del equipo de escritores del programa LO QUE CALLAMOS LAS MUJERES. Un verdadero privilegio, porque no trataba con chicos que apenas aprendían el oficio, sino con profesionales con trayectorias maravillosas en el mundo de la escritura y la televisión. A pesar de que, no se por qué, yo fui elegida como coordinadora, todos y cada uno de ellos fue mi maestro. De todos aprendí mucho más de lo que jamás soñé en mis años de universidad; pero lo que mas me gustaba de mi trabajo era que con cada libreto los iba conociendo poco a poco, porque creo que todos seguíamos el principio de que si no echabas un poco de tu alma en cada libreto, no valía la pena escribirlo, y así era. Todos echábamos el alma y corazón en cada caso que nos llegaba. Llegué a conocer tanto su estilo y su manera de pensar, que ya me era fácil asignarles temas cuando las instituciones nos pedían ayuda para difundir su labor. Ya sabía que a Lupita se le daban bien los temas de niños, a Martha los que requerían un análisis psicológico más profundo, a Carlos los temas de "la calle", a Alejandra, las enfermedades extrañas, como aquel libreto que hizo de un hombre que tenía compulsión por automutilarse...¡en fin!.

Grandes maestros y grandes aprendizajes. Lo dicho, fue un privilegio trabajar con todos ellos.

Como parte del proyecto estaban los temidos "libretos de cliente", y digo temidos porque casi siempre eran un reto para los escritores: había que armar una historia, promover la bondades del producto y además plantear escenas con presencia del mismo sin que se viera forzada. ¡Nunca fue cosa fácil! en ocasiones teníamos clientes cuyos productos "sí daban"  para una hora, como un medicamento para prevenir la osteoporosis en las mujeres por ejemplo, pero había otros como los que hicimos para la avena Quaker que resultaban un poco complicados ¿Cómo hacer una historia conmovedora, estrujante, interesante y atractiva, a partir de un desayuno con avena Quaker? pero se lograba, y los clientes quedaban satisfechos y por lo general nos pedían más programas porque la promoción a su producto resultaba ser todo un éxito. Quaker pidió más programas y con un suspiro los escritores emprendíamos la difícil tarea de buscar otra historia en la que los  personajes arrancaran lágrimas, conmovieran los corazones de los televidentes ¡y!  desayunaran avena.

Uno de los mayores retos fue hacer un libreto para Tetrapack y se lo asigné a Itzia. Su slogan era "proteger lo bueno" y la escritora hizo una historia maravillosa al rededor de esto. Sobra decir que el cliente quedó encantado con el libreto y con la historia:  trataba de una madre que hacía todo lo posible por proteger lo bueno que tenía en su vida, su familia, y al protegerla se protegía ella misma. Una historia realísima (que esa era condición del programa, por lo menos en mis épocas) que sucedía a miles de mujeres en este país.

Hoy me vino a la mente este relato y como todo, empiezo a hilvanar recuerdos  de momentos y sensaciones, es decir, los vuelvo a traer al corazón, según una definición que alguien compartió en Facebook y los vivo de una manera nítida y contundente.

Cuando era adolescente tenía una especie de himno, que,  según yo,  me definía. Que así era yo. La canción de Simon and Garfunkel,  "I am a rock, I am an island" y cada vez que alguien rompía mi corazoncito la escuchaba una y otra vez con el deseo de creer que en realidad era una roca y que, como dice la canción una roca no siente dolor. Pero la verdad de las cosas es que el corazón se me rompía seguido y ¡claro! se me rompía con frecuencia  porque lo entregaba una y otra vez. Nunca supe, ni se entregarme a una relación a medias, sin entregar el corazón...sin enamorarme un poco del otro y por enamoramiento no hablo en un sentido romántico, sino  hacia los amigos, hacia los hijos, marido, padres, hermanos, en resumen a todas las relaciones que uno hace a lo largo de la vida.  Si uno no se enamora del otro, de su forma de ser, de sus gustos, de sus pasiones, de sus ratos de mal humor, de sus logros, de sus fracasos, de sus tropiezos y desengaños, de sus victorias y alegrías, entonces no hay relación, creo yo. Así es que yo nunca fui una roca ni mucho menos una isla. Y el corazón se me ha lastimado muchas veces, a veces se ha resquebrajado, a veces sólo se ha astillado, y a veces se ha roto por completo. Pero por otro lado hoy tengo una familia que me quiere, amigos que me buscan y dos perros que me siguen.

En ocasiones quisiera ser una roca, pero no lo soy, y hoy decido proteger mi corazón que es algo bueno que siempre he tenido. ¡Exacto! hoy decido proteger lo bueno como el lema de Tetrapack. Y hoy espero que los que tienen un cachito de mi corazón lo protejan, porque lo que les he entregado a todos mis amigos y familiares es lo que soy, lo que me da el nombre y lo que me recuerda una y otra vez que nunca he sido ni una roca, ni una isla. Y sobre todo, que no quiero serlo, porque seguiré entregando el corazón de la única manera que se...y sí, hoy decido correr el riesgo.

Porque no soy una roca ni tampoco una isla.


domingo, 14 de junio de 2015

LOS CAJONES DEL CORAZÓN

LOS CAJONES DEL CORAZÓN.

Hay días en los que parece que el corazón va a explotar, de todo lo que se siente, de todo lo que hay dentro y que no se ha podido guardar. A veces pienso que el corazón es como un gran armario lleno de cajones: un cajón por sentimiento. En un mundo ideal, los cojones estarían perfectamente cerrados y se podría decidir qué cajón abrir, si el de los recuerdos, el de la inspiración, el del enojo puro y simple, el de la dicha, el del odio y así hasta el infinito con los sentimientos.
Habrá cajones que se querrá dejar abiertos todo el tiempo, como el del amor profundo  y comprometido, sin llave, para que lo que hay ahí guardado se impregne de todas las cosas que suceden en esos días de rutina en los que las horas pasan suaves y sin sobresaltos, que se llenen de los sonidos propios de un hogar…de los perros ladrando, los hijos y su música…la olla en donde se cuecen los frijoles y de los pájaros que han llegado a comer al jardín.
El de los recuerdos es complejo. Este cajón, me imagino, tendrá muchos compartimentos en donde se puede guardar de pronto un poema, una flor, un cordón azul, una canción o una cajita de madera; cosa que se quedan como recuerdos fugaces de momentos encantados, pero que a  veces deciden salir en tropel nada más abrir un poco. Cuando decides recordar, es cosa de abrir lentamente el cajón, ponerlo en las piernas, sacar objeto por objeto e ir sintiendo con las yemas de los dedos… cierras los ojos y tratas de revivir los olores, los roces de la piel, los colores que había en el cielo ese día; tratas de escuchar las voces y sentir las miradas, en pocas palabras, intentas que el recuerdo sea tan claro como el momento mismo.  Es conveniente, después de un rato, volver a colocar el cajón en su lugar para cerrarlo suavemente y si la vida te ha sido amable, hacerlo con una sonrisa dibujada en el rostro. El cajón de los recuerdos debe permanecer cerrado, nunca con llave. Pero sí cerrado. Y más en esos días en lo que la mente te lleva lejos de tu presente. Los recuerdos nos hablan de una vida que ya pasó y que no hay posibilidad de modificar: ¡lo que pasó pasó y ya está!  y si eres una persona sensata,  tendrás la convicción de que las cosas sucedieron por algo y los utilizarás para enriquecer de alguna manera tu presente.
Lo malo es que la sensatez es una virtud que no siempre se tiene.  Y…ojalá el recordar siempre fuera un acto de voluntad. A veces los recuerdos llegan, en los momentos más inesperados y te desordenan todos los demás cajones.
Supongo que hay cajones que son más sencillos de abrir y cerrar como el de la amistad. Ahí lo único que hay que hacer es mantenerlo bien nivelado para que no se atore y nunca sea tan complicado de abrir que llegue el momento en el que ya no quieras hacerlo.  Y lo maravilloso de este cajón es que, por más que creas que ya tiene lo necesario,  la vida te enseña que siempre hay un hueco para algo más. Siempre cabe una amistad más. 
Lo ideal sería que el armario estuviera siempre ordenado, con los cajones perfectamente cerrados y si no cerrados, por lo menos en orden. Pero mi armario rara vez lo está y hoy, sin lugar a dudas, mi mamá me hubiera obligado a ordenarlo.