LOS CAJONES
DEL CORAZÓN.
Hay días en
los que parece que el corazón va a explotar, de todo lo que se siente, de todo
lo que hay dentro y que no se ha podido guardar. A veces pienso que el corazón
es como un gran armario lleno de cajones: un cajón por sentimiento. En un mundo
ideal, los cojones estarían perfectamente cerrados y se podría decidir qué
cajón abrir, si el de los recuerdos, el de la inspiración, el del enojo puro y
simple, el de la dicha, el del odio y así hasta el infinito con los
sentimientos.
Habrá
cajones que se querrá dejar abiertos todo el tiempo, como el del amor profundo y comprometido, sin llave, para que lo que hay
ahí guardado se impregne de todas las cosas que suceden en esos días de rutina
en los que las horas pasan suaves y sin sobresaltos, que se llenen de los
sonidos propios de un hogar…de los perros ladrando, los hijos y su música…la
olla en donde se cuecen los frijoles y de los pájaros que han llegado a comer
al jardín.
El de los
recuerdos es complejo. Este cajón, me imagino, tendrá muchos compartimentos en
donde se puede guardar de pronto un poema, una flor, un cordón azul, una
canción o una cajita de madera; cosa que se quedan como recuerdos fugaces de
momentos encantados, pero que a veces
deciden salir en tropel nada más abrir un poco. Cuando decides recordar, es
cosa de abrir lentamente el cajón, ponerlo en las piernas, sacar objeto por
objeto e ir sintiendo con las yemas de los dedos… cierras los ojos y tratas
de revivir los olores, los roces de la piel, los colores que había en el cielo
ese día; tratas de escuchar las voces y sentir las miradas, en pocas palabras,
intentas que el recuerdo sea tan claro como el momento mismo. Es conveniente, después de un rato, volver a
colocar el cajón en su lugar para cerrarlo suavemente y si la vida te ha sido
amable, hacerlo con una sonrisa dibujada en el rostro. El cajón de los
recuerdos debe permanecer cerrado, nunca con llave. Pero sí cerrado. Y más en
esos días en lo que la mente te lleva lejos de tu presente. Los recuerdos nos
hablan de una vida que ya pasó y que no hay posibilidad de modificar: ¡lo que
pasó pasó y ya está! y si eres una
persona sensata, tendrás la convicción
de que las cosas sucedieron por algo y los utilizarás para enriquecer de alguna
manera tu presente.
Lo malo es
que la sensatez es una virtud que no siempre se tiene. Y…ojalá el recordar siempre fuera un acto de
voluntad. A veces los recuerdos llegan, en los momentos más inesperados y te
desordenan todos los demás cajones.
Supongo que
hay cajones que son más sencillos de abrir y cerrar como el de la amistad. Ahí
lo único que hay que hacer es mantenerlo bien nivelado para que no se atore y
nunca sea tan complicado de abrir que llegue el momento en el que ya no quieras
hacerlo. Y lo maravilloso de este cajón
es que, por más que creas que ya tiene lo necesario, la vida te enseña que siempre hay un hueco
para algo más. Siempre cabe una amistad más.
Lo ideal
sería que el armario estuviera siempre ordenado, con los cajones perfectamente
cerrados y si no cerrados, por lo menos en orden. Pero mi armario rara vez lo
está y hoy, sin lugar a dudas, mi mamá me hubiera obligado a ordenarlo.
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