domingo, 14 de junio de 2015

LOS CAJONES DEL CORAZÓN

LOS CAJONES DEL CORAZÓN.

Hay días en los que parece que el corazón va a explotar, de todo lo que se siente, de todo lo que hay dentro y que no se ha podido guardar. A veces pienso que el corazón es como un gran armario lleno de cajones: un cajón por sentimiento. En un mundo ideal, los cojones estarían perfectamente cerrados y se podría decidir qué cajón abrir, si el de los recuerdos, el de la inspiración, el del enojo puro y simple, el de la dicha, el del odio y así hasta el infinito con los sentimientos.
Habrá cajones que se querrá dejar abiertos todo el tiempo, como el del amor profundo  y comprometido, sin llave, para que lo que hay ahí guardado se impregne de todas las cosas que suceden en esos días de rutina en los que las horas pasan suaves y sin sobresaltos, que se llenen de los sonidos propios de un hogar…de los perros ladrando, los hijos y su música…la olla en donde se cuecen los frijoles y de los pájaros que han llegado a comer al jardín.
El de los recuerdos es complejo. Este cajón, me imagino, tendrá muchos compartimentos en donde se puede guardar de pronto un poema, una flor, un cordón azul, una canción o una cajita de madera; cosa que se quedan como recuerdos fugaces de momentos encantados, pero que a  veces deciden salir en tropel nada más abrir un poco. Cuando decides recordar, es cosa de abrir lentamente el cajón, ponerlo en las piernas, sacar objeto por objeto e ir sintiendo con las yemas de los dedos… cierras los ojos y tratas de revivir los olores, los roces de la piel, los colores que había en el cielo ese día; tratas de escuchar las voces y sentir las miradas, en pocas palabras, intentas que el recuerdo sea tan claro como el momento mismo.  Es conveniente, después de un rato, volver a colocar el cajón en su lugar para cerrarlo suavemente y si la vida te ha sido amable, hacerlo con una sonrisa dibujada en el rostro. El cajón de los recuerdos debe permanecer cerrado, nunca con llave. Pero sí cerrado. Y más en esos días en lo que la mente te lleva lejos de tu presente. Los recuerdos nos hablan de una vida que ya pasó y que no hay posibilidad de modificar: ¡lo que pasó pasó y ya está!  y si eres una persona sensata,  tendrás la convicción de que las cosas sucedieron por algo y los utilizarás para enriquecer de alguna manera tu presente.
Lo malo es que la sensatez es una virtud que no siempre se tiene.  Y…ojalá el recordar siempre fuera un acto de voluntad. A veces los recuerdos llegan, en los momentos más inesperados y te desordenan todos los demás cajones.
Supongo que hay cajones que son más sencillos de abrir y cerrar como el de la amistad. Ahí lo único que hay que hacer es mantenerlo bien nivelado para que no se atore y nunca sea tan complicado de abrir que llegue el momento en el que ya no quieras hacerlo.  Y lo maravilloso de este cajón es que, por más que creas que ya tiene lo necesario,  la vida te enseña que siempre hay un hueco para algo más. Siempre cabe una amistad más. 
Lo ideal sería que el armario estuviera siempre ordenado, con los cajones perfectamente cerrados y si no cerrados, por lo menos en orden. Pero mi armario rara vez lo está y hoy, sin lugar a dudas, mi mamá me hubiera obligado a ordenarlo.



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