Hace unos días tuve una experiencia, de esas que si no te cambian la vida, te enseñan, te explican y te aclarar muchas cosas. Estuve en Cabo San Lucas justo en el paso del huracán Odile, que entró de lleno en la península y entróde lleno a mi vida. Nunca había experimentado algo así, por lo que me parece muy adecuado el tema para ser la primera entrada de este blog.
La cosa estuvo así:
Mario mi esposo, tenía que ir por trabajo a los Cabos y me invitó a ir con él. Nos fuimos el jueves 11 de Septiembre sabiendo que aunque se pronosticaba mal tiempo, nuestro paseo sería bastante placentero. Él trabajó jueves y viernes, yo disfruté del hotel, del mar y de mi soledad por esos días. El sábado 13, un compañero de trabajo nos dijo que sería prudente salir de Los Cabos porque aunque era probable que el huracán se desviara "estas cosas no tienen palabra" nos dijo. Nos fuimos al aeropuerto pero no pudimos salir. Todo estaba ta reservado y el aeropuerto estaba por cerrarse.
Nos regresamos y decididos a disfrutar de la vacación, reservamos un masaje para eso de las siete de la noche. Al salir del spa, la lluvia era tal que nos empapó a pesar de estar bajo techo y el viento nos empujaba al caminar, pero eso sí estábamos muy relajados con nuestro recién tomado masaje. Llegamos al cuarto, pasamos unas horas ahi y como a las once y media nos hablaron para pedirnos que guardáramos todo en la maleta, la pusiéramos en el baño y nos bajáramos al lobby. Lo hicimos. Al llegar ahí nos asignaron una oficina, la del contralor según nos enteramos, no que importe muhco el dato pero por alguna extraña razón todos lo mencionaban como si fuera algo importante estar ahí y unos camastros. Mario y yo estábamos solos, y salvo el sofocante calor todo iba bien, hasta que llegó una familia de La Paz, como con quince integrantes, incluyendo a la abuelita, que no dejaron de mover camastros en toda la noche porque nada mas nos les gustaba la manera como estaban dispuestos, una de las matriarcas, muy moderna ella, tenía una linterna en su celular que prendió no menos de cincuenta veces durante la noche deslumbrando a los que mas o menos habíamos podido conciliar el sueño, y si "el niño" quería ir al baño, pues ahí se paraban dos o tres mamás para acompañarlo, y si "a la niña" le dolía la panza, ahí se paraban cuatro o cinco, una para sobarle la pancita, otra para sugerir un remedio, otra para hacerla vomitar en la esquina del cuarto, otra nada mas por acompañar a las demás. Una familia muy unida la de La Paz.
Así pasamos la noche, entre ráfagas de viento de 200 km/h, el edificio que se movía como en un terremoto constante y la luz de la lámpara de nuestra compañera de infortunio.
Al día siguiente, salimos de nuestro refugio nocturno para darnos cuenta del grado de devastación. Muchos de los vidrios de las habitaciones estaban rotos, los jardines deshechos, las palmeras arrancadas de cuajo, escombros por todos lados, pero a pesar de eso, el hotel seguía en pie por ser una construcción vieja (mi marido y yo pasamos nuestra luna de miel en ese mismo lugar hace 30 años) y sólida. Gracias a la eficiencia de la gerente, a los que no pudimos regresar a nuestra habitación, se nos asignó otra. No nos quedamos sin techo, tuvimos agua y luz por unas horas al día y las tres comidas. Fue el único hotel que se mantuvo en pie y mas o menos funcional. Los dos hoteles contiguos, quedaron destruidos en su totalidad. Incluyendo al que habían inaugurado hacía apenas un mes. Fuimos muy afortunados en este sentido.
Mario y yo nos dimos cuenta de que reaccionamos bastante bien ante las contingencias. Él ya había comprado tantas botanas y chocolates que mi habitación parecía una tiendita. Teníamos agua para tomar, nos agenciamos una cubeta que había volado de quien sabe dónde, así es que él iba por agua a la alberca para el WC. Todo perfectamente organizado. Cuando nos servían de comer, él guardaba hasta las servilletas que nos sobraban porque "estábamos en contingencia". Y así pasamos las horas, sentaditos en el lobby porque era el único lugar en donde mas o menos corría el aire, junto con la familia de La Paz por supuesto, y muchos otros turistas. Por alguna extraña razón, una señora se dedicó a rondar por el lugar, con actitud de damnificada, arrastrando los pies en todo momento y con cara de devastación, pero bueno, allá ella. La realidad es que no estábamos tan mal.
Finalmente el martes abrieron el aeropuerto y empezaron a llegar vuelos comerciales y del ejército para evacuar a la gente. Nosotros salimos el miércoles 17 de Septiembre, sin contratiempos y ahora estoy ya en casa, en mi espacio, escribiendo esto.
Sería una exageración decir que estuvimos en peligro de muerte, no estuvimos ni cerca de estarlo, pero experiencias así te hacen reflexionar sobre muchos cosas. Te marcan cosas que aunque ya la sabes, no las traes frecuentemente a tus pensamientos, como el hecho de que estoy casada con un hombre maravilloso, con el que me siento segura. Un hombre que fue capaz de decir comentarios divertidos que me hicieron reír. Educado y considerado con los demás.
Escuchar las historias de los menos afortunados me recordó lo afortunada que soy al regresar a una casa, en donde me esperaban mis hijos. ¡Qué importante! TENER UNA CASA, para pasar de noche. Muchos en Cabo San Lucas y San José hoy no tienen esa bendición.
En el camino al aeropuerto nos dimos cuenta del saqueo del que habían sido víctimas negocios grandes y pequeños. Personas con camionetas (por lo que asumo que no eran pobres) sacando pantallas, juguetes, etc. artículos que no tenían nada que ver con la contingencia. En el vuelo de regreso nos encontramos con muchas mamás jóvenes a las que sus esposos las habían sacado de Cabo San Lucas porque temían por su integridad. ¡Qué pena que los seres humanos reaccionemos así!. En el mismo hotel, una pareja de estadounidenses, recorrían las habitaciones con una bolsa para ver qué agarraban. Vergonzoso en verdad.
Y ahora que puedo reflexionar sobre todo esto, me digo que eso es aun peor que los daños causados por Odile: la rapiña, la falta de solidaridad, el abuso. Las heridas que estas reacciones nos dejan como pueblo. Lo inhumanos que podemos ser los seres humanos.
Así las cosas con Odile. Así las cosas con mi vida hoy.
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