domingo, 22 de febrero de 2015

ENSAYO Y ERROR


No sé cuando voy a aprender que en ocasiones hay que esperar a que la vida misma te encuentre. No hay que salir en su búsqueda sino simplemente hay que sentarse a esperar. Contigo lo vivía día a día papá,  pero son de esas lecciones que uno nada más no aprende por más que se repasen y repasen en la cabeza. Tu sabías esperar y esperando disfrutabas cada momento de la vida.

A pesar de que mi mamá te apuraba a salir al encuentro de los días tu de vez en cuando, decidías sentarte en tu jardín a sentir, a palpar y a esperar y curiosamente la vida te traía cosas buenas, pero yo soy de las que trato de encontrar a la vida de golpe y quiero que todo me suceda aquí y ahora y no me siento a esperar a que la vida me encuentre de una manera tranquila y pausada. 

¿Te acuerdas cuando escalábamos el cerro en Tepoztlán? ¿Cuando me esperabas porque yo no podía seguirte el paso? Te detenías, me veías, sonreías y emprendías la marcha de nuevo. Yo te seguía siempre, era fácil verte entre la maleza porque eras alto como los árboles de guayabas y ancho como los de ciruela.

Recorríamos el mismo camino, pero siempre tuve la angustia de que me pasara lo que a Marito un amigo de mi primo Carlos,  que se cayó al acantilado en una tarde lluviosa en la subían a la cima de esa misma montaña. Él se desvió porque sabía un buen atajo y quería llegar antes que todos; pero ese día no llegó a la cima, ni antes ni después. De hecho ya no llegó antes o después a ningún lado en su vida porque se partió el cráneo a la mitad y quedó con una grave discapacidad mental. Dicen que fuiste tu papá el que se quedó junto a él esperando a que llegara la ayuda. 

No conocí a Marito,  o tal vez lo logré ver ahí tirado en el fondo del barranco en una que otra pesadilla,  pero oí su historia en mil versiones dependiendo del integrante de la familia que la contara y cada vez que la escuchaba pensaba que a veces no es bueno tomar atajos; es mejor recorrer el camino con todos los recovecos y desviaciones. Los atajos pueden salir contraproducentes como nos lo enseñó Marito.

Así, con el constante temor de que me pasara lo que a él, trataba de seguir tu paso .
“Papi ¿en dónde estás?”
“¡Uau Tutui!” me contestabas
“Creí que ya te me habías perdido, no camines tan rápido”
“Tú nunca te me vas a perder lombriz ¡nunca!”

Me aferraba a tu mano, y así esperaba a que el atardecer llegara, a que el olor a anís perfumara el campo y a que las estrellas cuajaran el cielo; y en esos momentos sabía con certeza que no había caso en apresurar las cosas,  porque todo sucedía cuando debía suceder. Y si no pasaba nada, ¡ya vendría el día siguiente!.

Pero las lecciones a veces se olvidan papá,  uno pierde el rumbo en la montaña y trata de tomar atajos. Se me pierde tu voz y me doy cuenta de que la vida no siempre viene con un mapa sino que hay que ir trazándolo sobre la marcha.  Ensayo y error…ensayo y error…ensayo y error…hasta que de nuevo escucho el eco de tu voz y por fin siento que voy en el camino correcto; y en esos breves momentos de lucidez sé que todo tiene su propio ritmo y no sirve de nada tomar atajos.

Nadie llega antes a donde debe llegar.

Ni antes ni después...




1 comentario:

  1. ¡Muy cierto! ¡Qué importante es recordar que cada quien tiene su propio ritmo y que hay que escucharse! :)

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