sábado, 7 de febrero de 2015

EL PATITO FEO Y LA CASA DE MIXCOAC

Cuando nació mi padre y su abuela lo vio  dijo “eso no puede ser hijo de Colombita”. Yo no sé si un bebé de tan sólo unas horas de nacido esté preparado para digerir un comentario tan extremadamente cruel, y tampoco sé si esto marque a un ser humano de por vida, pero conociendo a mi padre lo dudo. Tal vez el comentario le entró por un diminuto oído y le salió rápidamente por el otro, porque siempre fue la persona más alegre y llena de optimismo que he conocido en mi vida. Y después me enteré que en realidad era difícil que se creyera que él era hijo de Colombita porque mi abuela era la persona más amargada y adusta que ha pisado la faz de la tierra.

Yo no tuve la fortuna de conocerla, pero mi madre no tenía más que palabras de amargura acerca de su convivencia con Colombita. Se encargó de hacerle la vida imposible al grado de no cruzar con ella más que monosílabos. ¿La razón? Mi abuela materna, Calela,  estaba casada con un señor divorciado y eso no era permitido en la sociedad de esa época. Ninguna mujer decente se casa con un hombre que ha sido excomulgado por la iglesia. Como si mi mamá tuviera la culpa de ello...como si mi abuela hubiera tenido la culpa de enamorarse del hombre equivocado.

Supongo que fue una vida dura para mi madre, pero no más que la que tuvo cuando era pequeña; aunque el inmenso amor que le tuvo a mi padre la liberó de por vida a tal grado que Tita no necesitó nada más, en ocasiones llegué a pensar que sus hijos la estorbábamos un poco porque en realidad su universo era Chucho, su puerto, su ancla y su hogar. Su sur y su norte,  sus viajes por el cuerpo y por el alma. Chucho era su vida y mis hermanos y yo llegamos como intrusos a ese amor tan completo. Tal vez...

Y por ese amor logró sobrellevar esos días terribles en la casona de sus suegros, sólo hasta que mi padre pudiera construir una casa propia en un pedazo de terreno que le regalara  “papapa”.

Era una casa fea la de Mixcoac, a un costado de la casa de Colombita, pero no se qué tenía que siempre llegaba la luz a anidar ahí cada verano...y siempre llegaban los amigos a reposar el alma en cualquiera de sus recovecos. Ahí vivía  algo así como el reflejo de todas las estrellas en las noches de Abril, en cada habitación se podía sentir a la Osa Mayor y la Osa Menor y en la recámara de mis padres se sentía enterito el cinturón de Orión; era una casa con paredes de risas y sombras de gladiolas prensadas en cada rincón. Era la casa de mis padres y de tres colados llamados Mario, Gina y Adriana. 

Esa casa era el centro de todo:  de cosas malas, como cuando llegó mi abuela materna a vivir ahí cargando todo su dolor.  Era tan amargada Calela que ni siquiera captaba las bromas que le hacía mi papá. Recuerdo un día cuando veíamos la televisión en la biblioteca, el perro se aventó un tremendo pedo que apestó toda la habitación. Mi padre puso su sonrisa pícara y le dijo a mi abuela
 “-Oiga Doña, ¿pues qué comió?”-
 Todos soltamos la carcajada porque sabíamos que Calela era incapaz de hacer algo fuera de lugar. Ella sólo se levantó, y no le habló a mi padre por semanas enteras.

Y... de cosas buenas como aquellas comidas que organizaban mi papás con sus amigos de toda la vida, los Márquez, Los Santiago y Los Rosado y los amigos en turno que siempre eran bienvenidos. Recuerdo en particular a los integrantes del Tamba Trío, un grupo de músicos brasileños que hicieron de casa de los Santiago y de casa de mis papás sus hogares mexicanos. Estoy segura que en esas tardes empezó mi amor por el bossa nova; de inmediato me enamoré de su sensualidad y cadencia. 

En medio de todo ese mundo estaba Chucho que con su gran presencia lo alumbraba todo. Ese patito feo que fuera hijo de Colombita, era ahora el centro de nuestras vidas, como un pilar que lo soportaba todo. Siempre fue nuestra columna vertebral, nuestro puerto de llegada. Chuchin el de la sonrisa de cielo. El que nos aguantó a todos en la palma de sus manos y que se fue demasiado pronto de nuestras vidas. Mi patito feo, el que definitivamente no debía ser hijo de Colombita.


Eleuterio Mario, que se fue sin que yo le dijera demasiadas cosas. 

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