Cuando
nació mi padre y su abuela lo vio dijo “eso no puede ser hijo de Colombita”. Yo
no sé si un bebé de tan sólo unas horas de nacido esté preparado para digerir
un comentario tan extremadamente cruel, y tampoco sé si esto marque a un ser
humano de por vida, pero conociendo a mi padre lo dudo. Tal vez el comentario
le entró por un diminuto oído y le salió rápidamente por el otro, porque
siempre fue la persona más alegre y llena de optimismo que he conocido en mi
vida. Y después me enteré que en realidad era difícil que se creyera que él era
hijo de Colombita porque mi abuela era la persona más amargada y adusta que ha
pisado la faz de la tierra.
Yo
no tuve la fortuna de conocerla, pero mi madre no tenía más que palabras de
amargura acerca de su convivencia con Colombita. Se encargó de hacerle la vida
imposible al grado de no cruzar con ella más que monosílabos. ¿La razón? Mi abuela materna, Calela, estaba casada con un
señor divorciado y eso no era permitido en la sociedad de esa época. Ninguna
mujer decente se casa con un hombre que ha sido excomulgado por la iglesia.
Como si mi mamá tuviera la culpa de ello...como si mi abuela hubiera tenido la
culpa de enamorarse del hombre equivocado.
Supongo
que fue una vida dura para mi madre, pero no más que la que tuvo cuando era
pequeña; aunque el inmenso amor que le tuvo a mi padre la liberó de por vida a tal grado que Tita no necesitó nada más, en ocasiones llegué a pensar que sus hijos la
estorbábamos un poco porque en realidad su universo era Chucho, su puerto, su
ancla y su hogar. Su sur y su norte, sus
viajes por el cuerpo y por el alma. Chucho era su vida y mis hermanos y yo llegamos como intrusos a ese amor tan completo. Tal vez...
Y
por ese amor logró sobrellevar esos días terribles en la casona de sus suegros,
sólo hasta que mi padre pudiera construir una casa propia en un pedazo de
terreno que le regalara “papapa”.
Era
una casa fea la de Mixcoac, a un costado de la casa de Colombita, pero no se
qué tenía que siempre llegaba la luz a anidar ahí cada verano...y siempre
llegaban los amigos a reposar el alma en cualquiera de sus recovecos. Ahí vivía algo así como el reflejo
de todas las estrellas en las noches de Abril, en cada habitación se podía sentir a la Osa Mayor y la Osa Menor y en la recámara de mis padres se
sentía enterito el cinturón de Orión; era una casa con paredes de risas y
sombras de gladiolas prensadas en cada rincón. Era la casa de mis padres y de tres colados llamados Mario, Gina y Adriana.
Esa casa era el centro de todo: de cosas malas, como cuando llegó mi abuela materna a
vivir ahí cargando todo su dolor. Era
tan amargada Calela que ni siquiera captaba las bromas que le hacía mi papá.
Recuerdo un día cuando veíamos la televisión en la biblioteca, el perro se
aventó un tremendo pedo que apestó toda la habitación. Mi padre puso su sonrisa pícara y le dijo a mi abuela
“-Oiga
Doña, ¿pues qué comió?”-
Todos
soltamos la carcajada porque sabíamos que Calela era incapaz de hacer algo
fuera de lugar. Ella sólo se levantó, y no le habló a mi padre por semanas enteras.
Y... de cosas buenas como aquellas comidas que organizaban mi papás con sus amigos de toda la vida, los Márquez, Los Santiago y Los Rosado y los amigos en turno que siempre eran bienvenidos. Recuerdo en particular a los integrantes del Tamba Trío, un grupo de músicos brasileños que hicieron de casa de los Santiago y de casa de mis papás sus hogares mexicanos. Estoy segura que en esas tardes empezó mi amor por el bossa nova; de inmediato me enamoré de su sensualidad y cadencia.
En
medio de todo ese mundo estaba Chucho que con su gran presencia lo alumbraba todo. Ese patito feo que fuera hijo de Colombita, era ahora el centro de nuestras
vidas, como un pilar que lo soportaba todo. Siempre fue nuestra columna
vertebral, nuestro puerto de llegada. Chuchin el de la sonrisa de cielo. El
que nos aguantó a todos en la palma de sus manos y que se fue demasiado
pronto de nuestras vidas. Mi patito feo, el que definitivamente no debía ser
hijo de Colombita.
Eleuterio
Mario, que se fue sin que yo le dijera demasiadas cosas.
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