Mi papá siempre fue muy bueno para eso de los deportes. Jugaba squash con sus amigos sin haber tomado siquiera una clase y ganaba y por supuesto eso causaba gran enojo entre los que tomaban lecciones regularmente para perfeccionar su juego. Es cierto, no jugaba con gran técnica pero sí con aplomo y habilidad física, lo que lo hacía mejor que muchos jugadores. Para algunas cosas mi papá era arrojado y seguro de sí mismo; de hecho un día que paseaba a sus perros por San Jerónimo se encontró de frente al Lic. Luis Echeverría (al que también le gustaba pasear por esas calles) y le dijo que a ver cuando lo invitaba a jugar tenis a su flamante cancha. Él le dijo que sí, y cuando supimos la noticia todos pensamos sin expresarlo, que ojalá y mi papá se dejara ganar. Por fortuna el licenciado era bastante malo para el deporte en cuestión, supongo que como mucha gente de dinero sólo quiere tener cosas en sus casas no para utilizarlas, sino sólo decir que las tienen (está bien, aquí hay un destello de resentimiento social) . También recuerdo cuando Paul Newman y Robert Redford que entonces era casi un desconocido, filmaron Butch Cassidy cerca de la casa en Tepoztlán, y mi papá se acercó a ellos como si los conociera de toda la vida y platicó largo y tendido. Así era mi papá, con el aplomo necesario para disfrutar muchas cosas en la vida.
Mi papá disfrutaba la vida, eso era lo que hacía, o por lo menos así lo percibo a la distancia.
En estos día no me he podido quitar de la cabeza un recuerdo que es el motivo de esta entrada, así es que empiezo de nuevo:
Mi papá siempre fue muy bueno para eso de los deportes. De joven jugó soft ball y era bastante bueno, en un equipo de alemanes, cuando él no tenía ni una gota de sangre germana, pero ahí estaba él, el flamante catcher del equipo y siendo noticia por doquier. "El Oso Hammeken hizo esto y lo otro". Por supuesto que coleccionó trofeos al por mayor. Trofeos que desplegaba con orgullo en la biblioteca de nuestra casa de Sarto. Tal vez si los trofeos hubieran sido más bonitos nada de lo que voy a relatar hubiera pasado, pero no sé por qué se empeñan en hacer los trofeos feos y estorbosos. Y seguro mi mamá pensaba lo mismo, porque un día tomo todos los trofeos del Oso y decidió fundiros en una flamante charola de plata. Muy linda la charola y eso sí, al reverso tenía grabado: "recuerdo de los trofeos de E. Mario Hammeken, de los años tal a tal" . ¡Todos los trofeos ganados durante toda una vida convertidos en una charola!. "Pero es que estaban muy feos mi vida y yo no iba a poner algo tan feo en mi nueva biblioteca de San Jerónimo" le dijo Tita . Para la casa de Mixcoac los trofeos no estaban tan mal, pero la de Callejón de las Cruces era otra cosa. No recuerdo si mi papá se enojó o no, y esa era otra cosa asombrosa en él, nunca gritaba, nunca se enojaba con mi mamá, o por lo menos no enfrente de mí y eso es algo que agradezco enormemente, porque siempre me dio un sentido de vivir en un hogar estable. Tal vez sólo respiró hondo y aceptó que en verdad era una charola muy bonita y que pudo haber estado lisa pero ¡no! al reverso tenía una inscripción que daba fe de sus glorias pasadas. Inscripción, supongo que demostraba el amor que mi mamá le tenía. Así es que decidió que esa sería la charola en la que serviría el pavo todas las navidades. Y seguramente decidió que el incidente no era lo suficientemente importante como para amargarle sus días.
Y pensando en esto me viene a la mente otro recuerdo que puede empezar con la misma línea:
Mi papá siempre fue muy bueno para eso de los deportes, hasta que tuvo un horrible accidente en Veracruz Puerto, en el que se deshizo la cabeza del fémur. Estuvo dos días en una clínica del Seguro Social, en donde el personal médico no se preocupó por atenderlo. Lo tuvieron en una plancha de acero y ni siquiera una enfermera se acercó para darle algún calmante o de comer. Si lo hubieran atendido apropiadamente, su condición no se hubiera agravado tanto y el no hubiera tenido qué usar bastón por el resto de sus días. Cuando llegó a la ciudad, lo atendieron en el Centro Médico, con un cirujano maravilloso, una operación perfecta pero unos cuidados post operatorios de terror. Las enfermeras era unas verdaderas tiranas, a las que no se les podía decir o pedir nada. Fueron días difíciles para todos, no corría peligro de muerte pero era un hecho que la vida de mi papá cambiaría. Pero aun ahí, en esa habitación de hospital que compartía con un obrero al que le había caído un montacargas encima y había perdido la sensibilidad de la cintura para abajo y que, cuando hacía sus necesidades en la noche sin darse cuenta, las enfermeras no acudían hasta el día siguiente para cambiarle las sábanas en medio de gritos y malas caras. Era mi mamá quien le llevaba los pañales, el papel de baño y comida a ese pobre hombre porque nadie se ocupaba de él. Y aun en medio del horror, Chuchín encontraba la manera de pasarla bien, de conversar con su compañero de cuarto y de sacar lo mejor de una situación que parecía no tener nada bueno.
Recuerdo cuando nos contó llorando de la risa (literal) la anécdota con "el quemado". Resulta que en ese hospital, tenían a los accidentados por pisos. Los quemados en el tercero, los fracturados en el cuarto, etc. Pero en esa época, el piso de los quemados se había saturado así es que pasaron a un pobre muchacho que se había quemado todo el torso con aceite, al piso de los fracturados. Hasta ahí todo iba muy bien. Lo malo para el muchacho empezó, cuando éste decidió ir a visitar a un compañero de cuarto a su cama, el compañero tenía fracturada la pierna y había que enyesar. Por azares del destino, el muchacho quiso ir al baño y lo llevaron en una precaria silla de ruedas, razón por la cual tuvo qué abandonar su cama. Justo en ese momento, entró la enfermera, vociferando que se debía llevar al paciente de la cama 5 para enyesarle la pierna. El muchacho quemado (el que sólo fue a visitar a su compañero de cuarto) quiso explicarle que él no era el ocupante original de la cama, que el fracturado estaba en el baño y que él era uno de los quemados que habían cambiado de piso, pero ninguno de estos argumentos pareció ser lo suficientemente convincente para la enfermera que sólo dijo: "Usted esta en la cama 5 y aquí dice que debo llevar a enyesar al de la cama 5" y así fue que el muchacho quemado acabó con una pierna perfectamente sana enyesada del muslo al tobillo. Fue a contárselo a mi papa, porque para ese entonces él ya se había convertido en escucha de muchos pacientes y Chuchín, con el riesgo de desajustar su flamante y nuevísima prótesis lloraba y se sacudía de la risa y el muchacho quemado acabó por reír con él.
Así era mi papá, con el aplomo suficiente para encontrar lo mejor de cualquier situación. Porque en días negros como el de hoy en el que me regodeo en el pasado y siento un nudo en la garganta por el temor que le tengo al futuro, comprendo que se necesita aplomo para vivir en el aquí y ahora. Y mi papá lo tenía; porque había tenido su dosis de sufrimientos, no lo dudo y también tenía sus temores hacia el futuro, estoy casi segura, pero él siempre logró que su presente y por añadidura nuestro presente, fuera agradable.
Esa charola de plata ya no está con nosotros, la robaron junto con muchas otras cosas un día en el que mis papás estaban de viaje y entraron unos hombres armados a llevarse todo lo que pudieron.
Me hubiera gustado heredar esa charola, pero me consuelo pensando en que probablemente no me hubiera tocado a mí sino a mi hermano Mario, el mayor.
Eso no importa, tengo algunas otras cosas de mi papá que me recuerdan de manera constante que para ser feliz se necesita tener aplomo. La felicidad no viene "de a gratis".
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ResponderEliminarIba a opinar con emoticons pero creo que no son compatibles, ni modo. Bellos recuerdos Adri. Recibe un abrazo.
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