miércoles, 22 de junio de 2016

LAS MUJERES DE MI VIDA

Hoy  por la mañana cuando me estaba bañando, escuché en el patio de servicio que queda justo arriba del tragaluz de mi baño,  a Elena y Conchita "en pleno güiri-güiri" como diría mi mamá y pensé en lo agradable que era escucharlas platicar. Debí haberles dicho que se pusieran a trabajar, pero de inmediato pensé en lo bueno que era que conversaran y tuvieran ese rato agradable en su trabajo. Ellas siguieron en la plática, pero ¡qué más daba! la limpieza de la casa  se haría tarde o temprano.

También pensé en lo afortunada que era por tenerlas en mi vida. Al día de hoy tengo más ayuda de la que necesito, lo sé, porque además tengo a Francisca que cocina dos veces por semana y Chela, la señora que lava la ropa en casa y que me conoce desde que yo tenía 2 años, ¡exacto! hace 53. Llego a pensar que mi casa es como una pequeña empresa porque doy trabajo a cinco personas si incluyo al jardinero quien fuera empleado de mi mamá y ahora hace mi jardincito. Se que podría prescindir de ellos, y más ahora que la situación económica no es la mejor, pero no lo haré y me seguiré "haciendo bolas" para pagarles semana con semana. Conchita, quien vive conmigo,  ayuda a sus papás en Puebla, Elena mantiene a su familia trabajando en varias casas y como cantante en bodas y otros eventos los fines de semana; Francisca deja a su hijo en la guardería por poder trabajar en mi casa y Chela...¡Chela! no me puedo imaginar mi vida sin ella: desde que me casé me ha seguido a todas mis casas, sin chistar porque alguna le quedara más lejos. Chela, la que lava y almidona los manteles que heredé de mi mamá a la perfección y que me hace arreglos de costura y la que tiene tal fuerza en los brazos que abre cualquier frasco. ¿Cómo prescindir de alguna de ellas? ¿cómo quitarles su fuente de trabajo?

Ellas son las mujeres de mi vida, porque de una manera dedicada y silenciosa hacen posible que yo lleve mi vida y eso no es poco.

En el pasado, de no haber sido por Licha, que estuvo conmigo cuando mis hijos eran pequeños, yo no hubiera podido trabajar y realizarme como profesional, así de sencillo. ¿Cómo no estarle eternamente agradecida? Gracias a que ella se quedaba en casa, cuidando a mis hijos y atendiendo el hogar, es que yo podía ir a la oficina.

He tenido la enorme fortuna de haber crecido con este tipo de mujeres, trabajadoras, optimistas y con una actitud (entre optimista y estoica) muy peculiar ante la vida. Panchita, de la que ya les he hablado, la cocinera de casa de mis papás,  que me dió grandes lecciones en su forma de hablar mitad mixteco y mitad español. A ella le debo el gusto por la cocina,  el entender la importancia de respetar a a los mayores, a los muertos (siempre que hablábamos de alguien que ya había fallecido debíamos mencionarlo como "el difunto", así, Simón, el que murió en el incendio de la gasolinera pasó a ser "el difunto Simón")  y a la vida en general. Elvira, mi nana que me peinaba pacientemente todas las mañanas, a ella le debo la importancia de empezar mis días con canciones, con palabras dulces y regaños suaves. Ella era mi mamá de las mañanas, antes de irme a la escuela y antes de irme a Liverpool con mi mamá de sangre. Cupertina, que lavaba y planchaba la ropa de manera impecable, de ella aprendí el valor del orden, del detalle y de hacer las cosas bien o mejor no hacerlas, lecciones que frecuentemente se me olvidan. Todos mis recuerdos están atados a ellas, Panchis, Elvis y Cuper (mi tío Nacho Márquez decía que mi mamá le ponía nombres de astronautas a sus empleadas del hogar), gracias a ellas mi vida en Sarto 11-A fue placentera. Las recuerdo con su uniforme de gala cuando algunos funcionarios de le empresa en la que trabajaba mi papá venían a visitarnos y había cenas formales. Un uniforme negro con delantal blanco, que lo portaban con dignidad.

Recuerdo cuando Elvis se fue porque se enamoró del muchacho que atendía la vidriería de "a la vuelta" y hasta la fecha siguen casados, y cuando Cuper también se enamoró perdidamente de Federico, uno de los empleados de la gasolinera de mi Tío Luis y acabó casándose con él y formar una linda familia. Y se fueron hacia un futuro prometedor porque mi mamá siempre tuvo la atención de enseñarles corte y confección, oficio del que vivieron ambas por mucho tiempo, haciendo ropa para muñecas y uniformes escolares.

Elvis todavía me visita y me trae regalos, un arbolito, una fotografía de cuando yo era bebé enmarcado en flores rosas y un arcángel San Miguel para que cuide mi casa y a la que le compro productos Herbalife que es lo que vende para sostenerse a pesar de su avanzada edad, porque este país es demasiado cruel con sus ancianos y nos les procura un bienestar después de que han trabajado toda una vida.

Ellas son las mujeres de mi vida porque de una manera dedicada y silenciosa me forjaron y me enseñaron el valor del trabajo y que una mujer no se detiene a pensar cómo hacer para mantener a una familia: va y lo hace.

Comprendo que esta entrada sonará tremendamente elitista, Todavía llevo a cuestas el regaño de una amiga vía Facebook cuando publiqué que para calmarme me gustaba regar mi jardín. ¡Me fue como en feria! porque me dijo, y con toda la razón, que era afortunada de tener siquiera agua para regar el cuando mucha gente carecía de ese servicio. Pero esta es mi vida, una vida que me gusta retratar con palabras y de la que presumo porque desde que salí de casa de mis papás, mi marido y yo la hemos forjado con "el sudor de nuestra frente", y de la que me siento orgullosa.

Una vida en la que procuro darle trabajo aunque sea a cinco personas.

Estoy consciente de lo afortunada que fui y que soy por tener a mi alrededor todas estas mujeres de las que aprendo día con día y que me han enseñado a ser mejor mujer.

Ellas son las mujeres de mi vida porque de una manera dedicada y silenciosa me ayudan a ser feliz. Ni más ni menos.

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