viernes, 10 de abril de 2015

NO BASTA CON QUERERLOS

Hoy, una amiga muy querida publico en Facebook lo emocionada que estaba porque su bebé había cumplido tres meses. Le dice lo mucho que lo quiere, lo mucho que lo esperó y lo deseado que fue. Yo le recomendé que guardara todas esas publicaciones para que  cuando su hijo fuera adolescente y un buen día sintiera que nadie lo comprende y nadie lo quiere, se las mostrara. Me viene a la cabeza el lema de una Fundación con la que tuve la fortuna de tener contacto, Casa Yolia, para niñas de la calle y en situaciones familiares dificiles: "no basta con quererlas, ellas deben saber que son queridas", y sí...no basta con querer a los hijos, hay que demostrarlo.

Cuando yo era niña, tuve muy pocas muestras de afecto por parte de mis papás. Mi madre porque emocionalmente no podía hacerlo y mi padre porque mi mamá siempre lo reprimió bajo el argumento de que nos iba a echar a perder. Echar a perder ¿qué? me pregunto, ¿la seguridad que te provoca el saberte querido?. Y no critico a mis padres en particular, en esos tiempos era normal no mostrar tanto afecto, o por lo menos era lo normal en mi mundo. Era una manera de educar, en la que las muestras de afecto se traducían en debilidades por parte de los padres y siempre se tenía el temor de que los hijos se aprovecharan de ellas. "Tal vez si lo apapacho demasiado se va a volver presumido", "si lo halago demasiado se vuelve soberbio". Lo que no sabían es que los halagos de un padre hacia los hijos sólo se pueden traducir en amor, orgullo, y gozo, porque los hijos son, lo queramos o no, un reflejo de la educación y el trato que reciben en casa.

Recuerdo esas tardes en las que mi mamá cosía en la mesa del comedor, el sonido de las tijeras cortando la tela, el olor del papel de los patrones, el cuidado con el que ponía cada alfiler y sobre todo esa mirada serena y dulce que tenía en esos momentos, y siempre me pregunté por qué nunca tenía esa mirada cuando me veía a mí o a mis hermanos. Siempre fue una mirada dura y fría, seguramente porque pensaba que si nos veía con dulzura, perdía autoridad. Y así, ella colocaba los patrones encima de la tela, lo prendía con alfileres y los cortaba con precisión, y yo la observaba con mis ojos "color agua puerca" como ella decía que los tenía, y me preguntaba si Tita en verdad me quería. Pregunta tonta por supuesto, porque sé que fui una niña deseada; vine después de mi hermano Pepito, que murió al nacer, pero cuando uno es niña, esas cosas a veces no se sienten, sino que se tienen qué escuchar para que las palabras se traduzcan en verdades y las miradas en sentimientos.

Yo he tratado de revertir eso durante toda mi vida como madre. Es cierto, nunca fui demasiado dedicada, no me pasé las horas enteras jugando con mis hijos porque la mayor parte del tiempo estaba trabajando, no iba a todas las juntas en sus escuelas ni participaba  como vocal como lo hacían muchas mamás, pero creo que mis hijos siempre supieron lo mucho que los quise y los quiero. Los abrazos es algo que trato de incluir decenas de veces en mis días. Y lo se, porque ahora son seres humanos maravillosos, con seguridad en ellos mismos, haciendo sus vidas y planeando su futuro y quiero pensar que yo tuve algo qué ver en eso. Mario y yo, los dos como parte de una misma generación y que intentamos enmendar errores, muchas veces sin saber cómo. Aprendemos sobre la marcha,

Es un error pensar que los padres quieren a sus hijos por "default". No es así, conozco a personas que nunca tuvieron ese instinto maternal o paternal y que sólo tuvieron a sus hijos porque eso era lo que se esperaba, porque decidir no tener hijos en mis tiempos era casi impensable, aunque por supuesto que para muchos hubiera sido la mejor de las decisiones. A los hijos se les va queriendo un poco mas con la convivencia, con el trato diario y con el vivir como familia. Cuando nació mi hijo Mauricio, el primero, me causó conflicto el hecho de que al momento del parto yo no sintiera un amor desbordado ni escuchara algo así como coros celestiales. El amor desbordado llegó cuando lo tuvimos en casa, cuando lo amamanté por primera vez, cuando nos sonrió...aprendimos a amarlo muy rápido, es cierto, pero ese amor ha ido en aumento al paso de los años como sucede también con mis otros dos hijos; y desde esos primeros momentos de conexión y en muchos otros momentos a los largo de sus vidas, me doy cuenta de que definitivamente no basta con quererlos, sino que ellos deben saber lo mucho que los deseamos y los mucho que los queremos: con acciones, con regaños, con pláticas y con miradas de aceptación y orgullo.

Cometo muchos errores, pero trato de que mis hijos vean en mi mirada "color agua puerca" lo mucho que los amo, lo orgullosa que estoy de ellos como personas y de lo orgullosa que estoy del corazón que tienen, porque los tres son buenas personas, "hombres de bien" como dicen por ahí. Y hoy puedo estar segura de que mi marido y yo hemos aportado con tres seres humanos maravillosos a este mundo tan revuelto.

De muchas cosas definitivamente no estoy segura pero sí se que mis hijos jamás tendrán la duda de si son queridos o no.


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